los que practican la justicia, ésos son justos
tal como Jesucristo es justo.
8 En cambio, quienes pecan pertenecen al Diablo,
porque el Diablo es pecador desde el principio.
Pero el Hijo de Dios ha venido para deshacer las obras del Diablo.
9 Los que han nacido de Dios no pecan
porque permanece en ellos la semilla de Dios,
ni siquiera pueden pecar, porque han nacido de Dios.
10 Los hijos de Dios y los del Diablo se reconocen en esto:
el que no obra la justicia no es de Dios,
y tampoco el que no ama a su hermano.
11 Pues se les enseñó desde el principio
que se amen los unos a los otros.
12 No imitemos a Caín, que mató a su hermano,
porque era del Maligno.
¿Por qué lo mató?
Porque él hacía el mal mientras su hermano hacia el bien.
13 No se extrañen, hermanos, de que nos odie el mundo,
14 pues al amar nosotros a nuestros hermanos
comprobamos que hemos pasado de la muerte a la vida.
15 El que no ama, permanece en la muerte.
El que odia a su hermano, es un asesino,
y, como lo saben ustedes,
en el asesino no permanece la Vida eterna.
16 El (Jesucristo) sacrificó su vida por nosotros
así, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.
17 Cuando alguien goza de las riquezas de este mundo,
y, viendo a su hermano en apuros, le cierra su corazón
¿cómo permanecerá el amor de Dios en él?
+ 18 Hijitos, no amemos con puras palabras y de labios afuera,
sino verdaderamente y con obras.
19 Esto nos dará la certeza de que somos de la verdad
y se tranquilizará nuestra conciencia delante de él
20 cada vez que nuestra conciencia nos reproche,
porque Dios es más grande que nuestra conciencia
y lo reconoce todo.
21 Y si nuestra conciencia no nos condena, queridos,
acerquémonos a Dios con toda confianza.
22 Entonces, cualquier cosa que pidamos,
Dios nos escuchará,
23 ya que guardamos sus mandatos
y procuramos hacer lo que es de su agrado.
Su mandato es que creamos en el Nombre de su Hijo Jesucristo
y que nos amemos los unos a los otros,
tal como él nos tiene ordenado.
24 El que guarda sus mandatos
permanece en Dios y Dios en él.
Y por el Espíritu que Dios nos ha dado
sabemos que él permanece en nosotros.
(o) Aquí empieza la segunda parte de la Carta: somos hijos de Dios y debemos vivir como tales.¿Cómo comprobar que somos hijos de Dios? Con los mismos criterios que ya encontramos; romper con el pecado, guardar el mandamiento del amor; proclamar nuestra fe. Somos llamados hijos de Dios y lo somos de verdad: no es una palabra bonita, es una realidad.
Seremos semejantes a él. En igual forma que lo hace Pablo en 1 Cor 13, Juan afirma que seremos semejantes a Dios al compartir su amor y su conocimiento. Vale para para nosotros lo que se manifestó en la Transfiguración de Cristo. (Mc 9): después de la vida sufrida que llevamos como Cristo, el universo descubrirá cuáles son y qué son realmente los hombres hijos de Dios (Rom. 8,19.
Cuando alguien espera de él tal cosa. Un día, el Señor preguntaba familiarmente a Santo Tomás de Aquino: "¿Qué esperas de mí por sobre todos los servicios?" El contestó: "Nada, Señor, sino a ti mismo."
Ya que no esperamos una recompensa inferior a Dios mismo, no hay exigencia de la fe que sea inútil. La vida que tendremos, semejantes a Dios, es cosa tan grande que el sacrificio de Cristo no estaba de más. Por mucho que nos purifiquemos de nuestros pecados y defectos, y por más que Dios nos purifique por los medios que él sabe usar con cada uno, nunca pagaremos caro el acceso a nuestra nueva casa.
Los que han nacido de Dios, no pecan. Parece exagerado, pero ser hijos de Dios no es algo de fantasía, realmente hemos empezado una vida en la verdad y en el Amor. Al que tiene esa vida, se le hace imposible cometer el verdadero pecado, negarse decididamente a amar o a perdonar o a seguir luchando. Un padre no deja que rapten a su hijo, así Dios no deja que sus hijos vuelvan a ser esclavos del demonio y del pecado. Se lo recordamos y pedimos en el Padre Nuestro: "No nos dejes caer en tentación."
+ Guardar el mandamiento del amor es el distintivo de los hijos de Dios.
La mayoría de los hombres se han acostumbrado a pensar que el mundo se divide en dos bandos opuestos. Uno mira en cada hombre a un explotador o a un explotado. Otro no conoce sino progresistas y conservadores. Otros, a blancos y negros. Juan nos dice cuál es la frontera que divide a la humanidad: los que aman y los que no aman. Por ubicarse en el campo de quienes aman, el creyente será perseguido. No le perdonarán el que no comparta los odios y sectarismos de sus compañeros de su pueblo.
El que odia a su hermano es un asesino. Todo asesinato y toda matanza surge de muchos odios. Cuando la guerra devasta repentinamente un país, se debe a que muchos guardaron malos pensamientos contra sus semejantes, y otros, todavía más numerosos, no quisieron sacrificarse para para arreglar las dificultades y las tiranteces.
El amor nos acerca a Dios antes que a nadie. Será un signo de que vivimos como hijos de Dios, si a menudo y con gusto, miramos a Cristo. Deben sentirse seguros en presencia de él.
Si la conciencia nos reprocha algo, Dios es más grande que nuestra conciencia. Posiblemente, Juan quiere decir que sólo Dios conoce lo más profundo del hombre. Mejor que nosotros mismos, nos puede juzgar, y nos juzga, con un amor que a nosotros nos falta. Así, pues, no debemos guardar amarguras por nuestras culpas pasadas ni vivir angustiados. Después de un pecado, hay que imitar a Pedro, no a Judas.
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