(Mc 1,40; Lc 5,12)
8 1 Cuando Jesús bajó del monte, lo siguió mucha gente.
2 Un leproso vino a arrodillarse delante de él y le dijo: “Señor, si quieres tú pues limpiarme.” 3 Jesús alargó la mano, lo tocó y le dijo: “Lo quiero, queda limpio.” Su lepra desapareció inmediatamente.
4 Jesús le dijo en seguida: “No lo digas a nadie, sino que ve a mostrarte al sacerdote y presenta la ofrenda ordenada por la Ley de Moisés; así comprobarán lo sucedido.”
Jesús sana al sirviente del capitán
(Lc 7,1 Jn 4,46)
5 Jesús entró en Cafarnaún. Se le presentó un capitán que le suplicaba, 6 diciendo: “Señor, mi muchacho está en cama, totalmente paralizado, y sufre terriblemente.” 7 Jesús le dijo: “Yo iré a sanarlo.”
8 Contestó el capitán: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Di una palabra solamente y mi sirviente sanará. 9 Yo mismo, aunque soy un subalterno, tengo autoridad sobre mis soldados; le digo a uno: Marcha, y marcha; y a otro: Ven, y viene; y a mi sirviente: Haz esto y lo hace.”
10 Jesús se maravilló al oírlo y dijo a los que le seguían: “En verdad no he encontrado fe tan grande en el pueblo de Israel, 11 y les aseguro que vendrán muchos del oriente y del occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos. 12 En cambio, los que debían entrar al Reino serán echados fuera, a las tinieblas, donde hay llanto y desesperación.”
13 En seguida dijo Jesús al capitán: “Puedes irte, y que te suceda como creíste.” Y en aquella hora el muchacho quedó sano.
14 Habiendo ido Jesús a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en cama, con fiebre. 15 Jesús la tomó de la mano y le pasó la fiebre. Ella se levantó y comenzó a atenderle.
16 Al llegar la noche le trajeron muchos endemoniados. El echó a los demonios con una sola palabra y sanó a todos los enfermos. 17 Así se cumplió la profecía de Isaías; Hizo suyas, nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades.
(Lc 9,57)
18 Jesús, al verse rodeado de un gran gentío, mandó pasar a la otra orilla del lago. 19 En ese momento un maestro de la Ley se acercó a él y le dijo: “Maestro, te seguiré a donde vayas.” 20 Jesús le contestó: “Los zorros tienen sus madrigueras y las aves sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene ni dónde descansar la cabeza.”
21 También uno de mis discípulos le dijo: “Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre.” 22 Jesús le contestó: “Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.”
Jesús calma la tempestad
(Mc 4,35 Lc 8,22)
23 Después, Jesús subió a la barca y lo seguían sus discípulos. 24 Se desató una tormenta tan grande en el mar, que las olas cubrían la barca, pero él dormía.
25 Los discípulos se le acercan y lo despiertan, diciéndole: “Socórrenos, Señor, que nos hundimos.” 26 Jesús les dice: “Gente de poca fe, ¿por qué tienen miedo?” Después se pone en pie, da una orden a los vientos y al mar, y todo queda tranquilo.
27 Aquellos hombres, llenos de admiración, exclamaron: “¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen?”
Los demonios y los cerdos
(Mc 5,1 Lc 8,26)
28 AL llegar a la orilla opuesta, a la tierra de Gadara, dos endemoniados salieron de entre unos sepulcros y vinieron a su encuentro. Eran hombres tan salvajes que nadie podía pasar por ese campo. 29 Y se pusieron a gritar: “Hijo de Dios, ¿qué quieres con nosotros? ¿Viniste a atormentarnos antes de tiempo?”
30 Había por allí, a alguna a distancia, una gran cantidad de cerdos que estaban pastando. 31 Los demonios suplicaron a Jesús: “Si nos expulsas, mándanos a esta manada de cerdos.” Jesús les dijo: “Vayan” 32 Salieron, pues, y se metieron en los cerdos. Y sucedió de repente toda la manada se lanzó al mar desde lo alto del acantilado y perecieron en las aguas.
33 Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad. Ahí contaron todo lo sucedido y también lo referente a los endemoniados. 34 Entonces todos los habitantes vinieron al encuentro de Jesús y le rogaron que se fuera de su territorio.
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