(Mc 9,2 Lc 9)
17 1 Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó a un cerro alto, lejos de todo. 2 En presencia de ellos, Jesús cambió de aspecto: su cara brillaba como el sol y su ropa se puso resplandeciente como la luz. 3 En ese momento se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Jesús.
4 Pedro tomó entonces la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno que estemos aquí! Si quieres, voy a levantar aquí tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.”
5 Pedro estaba todavía hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz que salía de la nube decía: “Este es mi Hijo, el Amado; éste es mi Elegido, a él han de escuchar.”
6 Al oír la voz, los discípulos cayeron al suelo, llenos de gran temor. 7 Jesús se acercó, los tocó y les dijo: “Levántense, no teman.” 8 Ellos levantaron los ojos, pero no vieron a nadie más que a Jesús. 9 Y, mientras bajaban del cerro, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de lo que acaban de ver, hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos. 10 Los discípulos le preguntaron: “¿Cómo dicen los maestros de la Ley que Elías ha de venir primero?” 11 Contestó Jesús: “Bien es cierto que Elías ha de venir para restablecer el dominio de Dios. 12 Pero sepan que Elías ya vino, y no lo reconocieron, sino que lo trataron como se les antojó. Y también harán padecer al Hijo del Hombre.”
13 Entonces, los discípulos comprendieron que Jesús se refería a Juan Bautista.
Jesús sana a un epiléptico
(Mc 9,14 Lc 9,37)
14 Cuando llegaron donde estaba la gente, se acercó un hombre a Jesús y de rodillas le dijo: 15 “Señor, ten piedad de mi hijo, que es epiléptico y está muy grave; muchas veces cae al fuego, y otras, al agua. 16 Lo traje a tus discípulos, pero no han podido sanarlo.”
17 Jesús respondió: “¡Qué gente tan incrédula y extraviada! Hasta cuándo estaré entre ustedes! ¡Hasta cuándo tendré que soportarlos! Tráiganmelo aquí.” 18 Y Jesús ordenó al demonio que saliera del niño, el que quedó sano de inmediato.
19 Los discípulos, pues, se acercaron a Jesús y le preguntaron en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos echar a ese demonio?” 20 Jesús les dijo: Porque tienen poca fe. Yo les digo que si tuvieran fe como un granito de mostaza, le dirían a este cerro: quítate de ahí y ponte más allá, y el cerro obedecería; nada les sería imposible. 21 Los demonios de esta clase no se van sino con la oración y el ayuno.”
22 Un día, estando Jesús en Galilea con los apóstoles, les dijo: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, 23 que le darán muerte. Pero resucitará al tercer día.” Los apóstoles se pusieron muy tristes.
El impuesto para el Templo
24 Al volver a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobran el impuesto para el Templo, y le dijeron: “El maestro de ustedes, ¿no paga el impuesto?” 25 “Claro que sí”, contestó Pedro. Y se fue a la casa.
Cuando entraba, se anticipó Jesús y dijo a Pedro: “Qué piensas de esto, Simón? ¿Quiénes pagan impuestos o contribuciones a los reyes de la tierra: sus hijos o los extraños?” 26 Pedro contestó: “Los extraños.” Y Jesús le dijo: “Los hijos, pues, no tienen por qué pagarlo. 27 Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, vete a la playa, echa el anzuelo, y al primer pez que pique ábrela la boca. Hallarás ahí una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti.”
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