La muerte de Judas
3 cuando Judas, el traidor, supo que Jesús había sido condenado, se llenó de remordimientos y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los jefes judíos, 4 diciéndoles: “He pecado, entregando a la muerte a un inocente.” Ellos le contestaron: “¿Qué nos importa eso a nosotros? Es asunto tuyo.” 5 Entonces él, lanzando las monedas en el templo, fue a ahorcarse.
6 Los sacerdotes recogieron las monedas, pero pensaron: “No se puede echar este dinero en la caja del Templo, porque es precio de sangre.” 7 Entonces se pusieron de acuerdo para comprar con ese dinero el campo del Alfarero, y lo destinaron para cementerio de los extranjeros. 8 Por eso ese lugar se llama hoy Campo de Sangre.
9 Así se cumplió lo que había dicho el profeta Jeremías: Tomaron las treinta monedas de plata, que fue el precio en que lo tasaron los hijos de Israel. 10 Y las dieron por el Campo del Alfarero, tal como lo dispuso el Señor.
Jesús comparece ante Pilato
(Mc 15,1 Lc 23,2 Jn 18,19)
11 Jesús compareció ante el gobernador, que le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús contestó: “Tú lo dices.”
12 Estaban acusándolo los jefes de los sacerdotes y las autoridades judías, pero él no contestó nada. 13 Pilato le dijo: “¿No oyes todos los cargos que te hacen?” 14 Pero él no contestó a ninguna pregunta, de modo que el gobernador no sabía qué pensar.
15 Con ocasión de la Pascua, el gobernador tenía la costumbre de dejar en libertad a un condenado, a elección del pueblo. 16 Había entonces un prisionero famoso, llamado Barrabás. 17 Pilato dijo a los que se hallaban reunidos.
“¿A quién quieren que deje libre, a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo?” 18 Porque sabía que se lo había entregado por envidia.
19 Mientras Pilato estaba en el tribunal, su mujer le mandó decir: “No te metas con ese hombre, porque es un santo, y anoche tuve un sueño horrible por causa de él.”
20 Mientras tanto, los sacerdotes y los jefes judíos convencieron al pueblo que pidiera la libertad de Barrabás y la condenación de Jesús. 21 Cuando el gobernador volvió a preguntarles: “¿Cuál de los quieren que les deje libre?”, ellos contestaron: “A Barrabás.” 22 Pilato les dijo: “¿Y qué hago con Jesús, llamado el Cristo?” Todos contestaron: “¡Que sea crucificado!” 23 Pilato insistió: “¿Qué maldad ha hecho?” Pero los gritos del pueblo fueron cada vez más fuertes: “¡Que sea crucificado!”
24 Al darse cuenta Pilato que no conseguía nada, sino que más bien aumentaba el alboroto, pidió agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: “Yo no me hago responsable de la sangre que se va a derramar. Es cosa de ustedes.” 25 Y todo el pueblo contestó: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.”
26 Entonces Pilato dejó en libertad a Barrabás; en cambio, a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que fuese crucificado.
El Vía Crucis
(Mc 15,16 Lc 23,11)
27 Los soldados romanos llevaron a Jesús al palacio del gobernador y reunieron a toda la tropa en torno a él. 28 Le quitaron sus vestidos y le pusieron una capa de soldado de color rojo. 29 Después le colocaron en la cabeza una corona que habían trenzado con espinas y en la mano derecha una caña. Doblaban la rodilla ante Jesús y se burlaban de él, diciendo: “Viva el rey de los judíos.” 30 Le escupían la cara y, quitándole la caña, le pegaban en la cabeza.
31 Después que se burlaron de él, le quitaron la capa de soldado, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
32 AL salir encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y le obligaron a que cargara con la cruz de Jesús. 33 Cuando llegaron al lugar que se llama Gólgota o Calvario, palabra que significa “calavera”, 34 le dieron a beber vino mezclado con hiel. Jesús lo probó, pero no quiso beberlo.
35 Ahí lo crucificaron, y después echaron suertes para repartirse la ropa de Jesús. 36 Luego se sentaron a vigilarlo. 37 Encima de su cabeza había puesto un letrero que decía por qué lo habían condenado: “Este es Jesús, el rey de los judíos.” 38 También crucificaron con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
39 Los que pasaban por ahí, movían la cabeza y lo insultaba, 40 diciendo: “¡Hola”, tú que derribas el Templo y lo reedificas en tres días, líbrate del suplicio, baja de la cruz si eres Hijo de Dios.”
41 Los jefes de los sacerdotes, los jefes de los judíos y los maestros de la Ley lo insultaban, diciendo: 42 “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo: que ese rey de Israel baje ahora de la cruz y creeremos en él. 43 Ha puesto su confianza en Dios; si Dios lo ama, que lo libere, puesto que él mismo decía: Soy Hijo de Dios.” 44 Hasta los ladrones que estaban crucificados a su lado lo insultaban.
45 Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, se cubrió de tinieblas todo el país. 46 Cerca de las tres, Jesús gritó con fuerza: Elí, Eli, lamá sabactani. Lo que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 47 Al oírlo, algunos de los presentes decían: “Está llamando a Elías.” 48 Y luego, uno de ellos corrió, tomó una esponja, la empapó en vino agridulce y, poniéndola en la punta de una caña, le daba de beber. 49 Otros decían: “Déjalo. Veamos si viene Elías a liberarlo.” 50 Entonces Jesús, gritando de nuevo con voz fuerte, entregó su espíritu.
Después de la muerte de Jesús
51 En ese mismo instante, la cortina del santuario se rasgó en dos partes, de arriba abajo; 52 la tierra tembló, las rocas se partieron, los sepulcros se abrieron, y resucitaron varias personas santas que habían llegado al descanso. 53 Estas salieron de las sepulturas después de la resurrección de Jesús, fueron a la Ciudad Santa y se aparecieron a mucha gente.
54 el Capitán y los soldados que custodiaban a Jesús, al ver el temblor y todo lo que estaba pasando, tuvieron mucho temor y decían: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.” 55 También estaban allí, observando de lejos, algunas mujeres que desde Galilea habían seguido a Jesús para servirlo. 56 Entre ellas: María Magdalena, María, madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
Sepultan a Jesús
(Mt 15,42 Lc 23,50 Jn 19,38
57 Siendo ya tarde, vino un hombre rico, de Arimatea, que se llamaba José, y que también se había hecho discípulo de Jesús. 58 Fue donde Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús, y el gobernador ordenó que se lo entregaran. 59 Y José, tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia 60 y lo colocó en un sepulcro nuevo, cavado en la roca, que se había hecho para sí mismo. Después movió una gran piedra redonda para que sirviera de puerta, y se fue. 61 María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.
Aseguran el sepulcro
62 Al día siguiente (era el día después de la preparación a la Pascua) los jefes de los sacerdotes y los fariseos se presentaron juntos ante Pilato 63 para decirle: “Señor, nos hemos acordado que ese mentiroso dijo cuando aún vivía: Después de tres día resucitaré. 64 Por eso, manda que sea asegurado el sepulcro hasta el tercer día: no sea que se vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Este sería un engaño más perjudicial que el primero.” 65 Pilato les respondió: “Ahí tienen los soldados, vayan y tomen todas precauciones que crean convenientes.” 66 Ellos, pues, fueron al sepulcro y lo aseguraron, sellando la piedra y poniendo centinelas.
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