2 Apenado por nuestra apostasía, decidió convertir al pueblo y extirpó los ídolos abominables, 3 enderezó su corazón hacia el Señor y en tiempos de impiedad hizo prevalecer la piedad.
4 Fuera de David, Ezequías y Josías, todos abundaron en pecados, y abandonaron la ley del Altísimo; por eso él abandonó a los reyes de Judá. 5 Porque entregaron su libertad a otros y su gloria a una potencia extranjera.
6 Los enemigos quemaron la ciudad santa y elegida y dejaron desiertas sus calles; 7 de acuerdo a la palabra de Jeremías, a quien habían maltratado; a él, que fue consagrado profeta desde el seno materno, para arrancar, destruir y arruinar, pero también para construir y plantar.
8 Ezequiel tuvo la visión de la Gloria que el Señor le mostró sobre el carro de los querubines, 9 también recordó a Job, el que siempre había actuado con rectitud.
10 Con referencia a los Doce profetas, que sus huesos reflorezcan en sus tumbas por haber consolado a Jacob; y lo salvaron con su esperanza inquebrantable.
11 ¿Cómo hacer el elogio de Zorobabel? Es como el anillo en la mano derecha; y lo mismo Josué, hijo de Josedec. 12 Ellos, en su tiempo, construyeron la Casa y levantaron el Templo consagrado al Señor, destinado a una gloria eterna.
13 Grande es la memoria de Nehemías, que nos reconstruyó las murallas en ruinas, puso puertas y cerrojos y reedificó nuestras casas.
14 Nadie fue creado en la tierra igual a Enoc, que fue arrebatado de la tierra.
15 Tampoco hubo jamás un hombre como José, cuyos huesos fueron embalsamados y venerados.
16 Sem, Set y Enós han sido gloriosos; pero la gloria de Adán supera la de toda criatura.
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