(Mt 10,5 Mc 6,7)
9 1 Habiendo reunido a los Doce, Jesús les dio autoridad sobre todos los demonios y poder para sanar las enfermedades. 2 Y los envió a anunciar el Reino de Dios y a hacer curaciones. 3 Les dijo: “No lleven nada para el camino, ni bastón, ni bolsa, ni pan, ni plata, y tengan un solo vestido. 4 Cuando los reciban en una casa, quédense ahí hasta que dejen ese lugar, 5 y si en alguna parte no los reciben, salgan de esa ciudad y sacudan el polvo de los pies, como para acusarlos.”
6 Partieron los Doce a recorrer los pueblos, predicando la Buena Nueva y haciendo curaciones por todas partes donde pasaban.
7 Supo el rey Herodes todo lo que estaba pasando, y no sabía qué pensar, porque algunos decían: “Es Juan que ha resucitado de entre los muertos, 8 y otros: “Es Elías, que ha reaparecido”, y otros: “Es alguno de los antiguos profetas que ha resucitado.” 9 Pero Herodes pensó: “A Juan yo le hice cortar la cabeza. ¿Quién es entonces éste del cual me cuentan cosas tan raras?” Y tenía ganas de verlo.
10 A su vuelta, los apóstoles contaron a Jesús todo lo que habían hecho. El los llevó consigo, en dirección a una ciudad llamada Betsaida, para estar a solas con ellos. 11 Pero la gente se dio cuenta y lo siguieron. Jesús los acogió y se puso a hablarles del Reino de Dios, y devolvió la salud a los que necesitaban curación.
Jesús multiplica el pan
(Mc 6,30 Mt. 14,313 Jn 6,1)
12 El día comenzaba a declinar. Los Doce se acercaron para decirle: “Despide a la gente. Que vayan a las aldeas y pueblecitos de los alrededores en busca de alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar solitario.” 13 Jesús les contestó: “Denles ustedes mismos de comer.” Ellos dijeron: “No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a menos que fuéramos nosotros mismos a comprar alimentos para todo este gentío.” 14 Porque había unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: “Háganlos sentarse en grupos de cincuenta.”
15 Así hicieron los discípulos, y todos se sentaron. 16 Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, dijo la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente. 17 Todos comieron cuanto quisieron y se recogieron doce canastos de sobras.
Pedro proclama su fe en Cristo
(Mc 8,27 Mt 16,13)
18 Un día Jesús se había ido a un lugar apartado para orar, y estaban sus discípulos con él. Les hizo esta pregunta: “La gente, ¿quién dice que soy yo?” 19 Ellos contestaron: “Unos dicen que eres Juan Bautista; otros, Elías y otros, que eres alguno de los profetas antiguos que ha resucitado.” 20 Entonces les preguntó: “¿Y ustedes, quién dicen que soy yo?”
Y Pedro respondió: “Que tú eres el Cristo de Dios.” 21 Jesús les prohibió estrictamente que se lo dijeran a nadie. 22 “Porque –les decía- el Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades judías, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Le quitarán la vida y al tercer día resucitará.”
23 Después Jesús dijo a toda la gente: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga. 24 En efecto, el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que pierde su vida por causa mía, la asegurará. 25 ¿De qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se perjudica a sí mismo? 26 Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga rodeado de su Gloria, de la del Padre y de los ángeles santos.
27 Les digo, y es pura verdad, que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto el Reino de Dios.”
La transfiguración de Jesús
(Mc 9,2 Mt 17,1 Jn 12,28)
28 Ocho días después de estos discursos, Jesús llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y subió a un cerro a orar. 29 Y mientras estaba orando, su cara cambió de aspecto y su ropa se puso blanca y fulgurante. 30 Dos hombres, que eran Moisés y Elías, conversaban con él. 31 Se veían resplandecientes y le hablaban de su partida, que debía cumplirse en Jerusalén. 32 Pedro y sus compañeros se sintieron invadidos por el sueño. Pero se despertaron de repente y vieron la Gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. 33 Cuando éstos se alejaron, Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí!, levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Pues no sabía lo que decía.
34 Estaba todavía hablando cuando se formó una nube que los cubrió con su sombra. Al quedar envueltos en la nube se atemorizaron, 35 pero de la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi Elegido, escúchenlo.” 36 Después que llegaron estas palabras, Jesús volvió a estar solo.
Los discípulos guardaron silencio por esos días, y no contaron nada a nadie de lo que habían visto.
Jesús sana al joven epiléptico
(Mc 9,14 Mt 17,14)
37 Al día siguiente, cuando bajaban del cerro, se encontraron con un pueblo numeroso 38 y, de en medio de la multitud un hombre se puso a gritar: “Maestro, te pido que mires a este muchacho, que es mi único hijo. 39 Cuando el demonio se apodera de él, comienza a gritar. Luego el demonio lo sacude con violencia y lo hace echar espumarajos; cuesta mucho para que lo suelte y lo deja muy agotado. 40 Pedí a tus discípulos que echaron al demonio, pero no pudieron.” 41 Jesús respondió: “Gente incrédula y extraviada, ¿hasta cuándo estaré entre ustedes y tendré que soportarlos? 42 Trae tu hijo para acá.” En el momento en que se acercaba el muchacho, el demonio lo echó al suelo con violentas sacudidas. Jesús expulsó al espíritu malo, el muchacho sanó y Jesús lo devolvió a su padre, 43 mientras todos quedaban maravillados ante el poder magnífico de Dios.
(Mc 9,30)
Mientras todos quedaban admirados por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: 44 “Ustedes deben entender muy bien esto: El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de los hombres.” 45 Pero ellos no comprendieron estas palabras. Algo les impedía comprender lo que significaban y temían pedirle una aclaración.
46 Un día comenzaron a discutir sobre cuál de ellos era el más importante. 47 Pero Jesús se dio cuenta de que les preocupaba y, tomando a un niño, lo puso a su lado, 48 y les dijo: “El que recibe a este niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el más pequeño entre todos ustedes, ése es el más grande.”
49 Juan, tomando la palabra, dijo: “Maestro, vimos a uno que hacía uso de tu Nombre para echar a los demonios, y nosotros se lo prohibimos porque no se junta con nosotros.” 50 Pero Jesús le dijo: “No se lo impidan, el que no está contra ustedes, está con ustedes.”
No quieren acoger a Jesús en un pueblo
51 Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, emprendió resueltamente el camino a Jerusalén. 52 Había mandado mensajeros delante de él, los cuales, caminando, entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. 53 Pero los samaritanos no lo quisieron recibir, porque iba a Jerusalén. 54 Al ver esto, los discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma?” 55 Pero Jesús, dándose vuelta los reprendió, 56 y pasaron a otra aldea.
Las exigencias del Maestro
(Mt 8,19)
57 Cuando iban de camino, alguien le dijo: “Te seguiré adondequiera que vayas.” 58 Jesús le respondió: “Los zorros tienen madrigueras y las aves del cielo tienen sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde descansar la cabeza.”
59 A otro le dijo: “Sígueme.” Este le contestó: “Deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre.” 60 Pero Jesús le dijo: “Deja que los muertos entierren a sus muertos, pero tú tienes que salir a anunciar el Reino de Dios.
61 Otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero permíteme que me despida de los míos.” 62 Jesús entonces le contestó: “Todo el que pone la mano al arado y mira para atrás, no sirve para el Reino de Dios.
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