(Mc 8,5 Jn 4,46)
7 1 Cuando terminó de dirigir estas palabras al pueblo, Jesús entró en Cafarnaún. 2 Había un capitán que tenía un sirviente enfermo y a punto de morir, a quien quería mucho. 3 Habiendo oído hablar de Jesús, le envió algunos judíos importantes, para rogarle que fuera a sanar a su servidor.
4 Al llegar donde estaba Jesús, le suplicaban insistentemente, diciéndole: “Este hombre merece que le hagas este favor, 5 pues ama nuestro pueblo y nos edificó una sinagoga.”
6 Jesús se puso en camino con ellos, y no estaban muy lejos de la casa, cuando el capitán envió a unos amigos para que le dijeran: “Señor, no te molestes más, porque soy bien poca cosa para que entres a mi casa; 7 por eso, ni siquiera me atreví a ir donde ti. Pero di una palabra solamente y mi sirviente sanará. 8 Yo mismo, aunque soy un subalterno, tengo autoridad sobre mis soldados y, cuando le ordeno a uno que vaya, va, y si le digo a otro que venga, viene, y si digo a mi sirviente que haga algo, lo hace.”
9 Al oír estas palabras, Jesús quedó admirado, y, volviéndose hacia el pueblo que lo seguía, dijo: “Les declaro que ni siquiera en Israel he hallado una fe tan grande.”
10 Y, cuando los enviados volvieron a casa, encontraron al servidor en perfecta salud.
Jesús resucita al hijo de una viuda
11 Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado Naim y con él iban sus discípulos y un pueblo numeroso. 12 Pues bien, cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar a un hijo único cuya madre era viuda. Una buena parte de la población seguí el funeral.
13 Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: “No llores.” 14 Después se acercó hasta tocar la camilla. Los que la llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: “Joven, te lo mando: levántate.” 15 Y el muerto se sentó y se puso a hablar. Y Jesús se lo devolvió a su madre.
16 El temor de Dios se apoderó de todos, y lo alabaron con estas palabras: Es un gran profeta el que nos ha llegado:; Dios ha visitado a su pueblo.” 17 Y por toda la Judea y por las regiones vecinas, contaban lo que Jesús había hecho.
Jesús responde a los enviados de Juan Bautista
(Mt 11,2)
18 Los discípulos de Juan lo ponían al tanto de todo esto. El, llamando a dos de ellos, 19 los envió para que preguntaran al Señor: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”
20 Llegados donde Jesús, esos hombres le dijeron: “Juan Bautista nos manda decirte: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”
21 En ese momento Jesús sanaba a varias personas afligidas de enfermedades, de achaques, de espíritus malignos, y devolvía la vista a algunos ciegos. 22 Jesús, pues, contestó a los mensajeros: “Vayan a contarle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia la Buena Nueva a los pobres. 23 Y además ¡feliz el que me encuentra y no se confunde conmigo!”
24 Una vez que se fueron los enviados de Juan, Jesús se puso a decir a la gente, refiriéndose a Juan: “¿Qué fueron a contemplar al desierto? ¿Una caña movida por el viento? 25 ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas? Pero los que se ponen trajes elegantes y llevan una vida de placeres, están en los palacios de los reyes. 26 Entonces, ¿qué fueron a ver? ¿un profeta? Eso sí, y les declaro que Juan es más que un profeta, 27 pues se refiere a Juan esta profecía: mira que mando a mi mensajero delante de ti, par que te prepare el camino. 28 Yo les aseguro que, entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan; sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más que él. 29 Toda la gente que lo oyó, hasta los publicanos, reconocieron el llamado de Dios y recibieron el bautismo de Juan. 30 En cambio, los fariseos y los maestros de la Ley despreciaron el designio de Dios al no hacerse bautizar por él.
31 ¿Con quién puedo comparar a esta clase de hombres? ¿A quién se parecen? 32 Se parecen a esos niños que, sentados en la plaza, se quejan unos de otros: Les tocamos la flauta y ustedes no bailaron, les entonamos canciones tristes y no lloraron. 33 Lo mismo pasó con Juan Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y ustedes dijeron: Está endemoniado. 34 Luego viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y ustedes dicen: Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y de personas malas. 35 Pero la Sabiduría de Dios fue la que dispuso estas cosas, y los suyos la reconocieron.
El fariseo y la mujer pecadora
36 Un fariseo había invitado a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se acostó en el sofá según la costumbre. 37 En ese pueblo había una mujer conocida como pecadora. Esta, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, compró un vaso de perfume y, entrando, se puso de pie detrás de Jesús. 38 Allí se puso a llorar junto a sus pies, los secó con sus cabellos, se los cubrió de besos y se los ungió con el perfume.
39 Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo interiormente: “Si ese hombre fuera profeta, sabría quién es y qué clase de mujer es la que lo toca: una pecadora.” 40 Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: “Simón, tengo algo que decirte.” Simón contestó: “Di, Maestro.”
41 “Un prestamista tenía dos deudores, uno le debía quinientas monedas y el otro cincuenta. 42 Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de los dos lo querrá más?”
43 Contestó Simón: “Pienso que aquel a quien le perdonó más.” Jesús le dijo: “Juzgaste bien.”
44 Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré a tu casa no me ofreciste agua para los pies; mientras que ella los mojó con sus lágrimas, y los secó con sus cabellos. 45 Tú no me besaste al llegar; pero ella, desde que entró, no ha dejado de cubrirme los pies con sus besos. 46 No me echaste aceite en la cabeza; ella, en cambio, derramó perfume en mis pies. 47 Por esto te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que demostró. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor.”
48 Después dijo a la mujer: 48 “Tus pecados te quedan perdonados.” 49 Los que estaban con él a la mesa empezaron a preguntarse: “¿Quién es este hombre que ahora pretende perdonar los pecados?” 50 Pero, de nuevo Jesús habló a la mujer: “Tú fe te ha salvado; vete en paz.”
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