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Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron este cántico a Yavé:
“Cantaré a Yavé que se hizo famoso,
arrojando en el mar al caballo y su
jinete.
2 ¡Yavé, mi fortaleza!, a El le
cantaré
El fue mi salvación,
El es mi Dios y lo alabaré,
el Dios de mi padre, lo ensalzaré.
3 Yavé es un guerrero, Yavé es su
nombre.
4 Precipitó en el mar los carros de
Faraón y su ejército;
ahora los encierra el abismo,
hasta el fondo cayeron como piedra.
5 Has dado a conocer, Yavé, la fuerza
de su brazo,
6 tu diestra, Yavé, aplasta al
enemigo.
7 Por el poder de tu gloria derribas
a tus adversarios,
tu furor los devora como el fuego a
la paja.
8 Por el soplo de tu snarices
retroceden las aguas,
y las olas se paran como murallas;
los torbellinos cuajan en medio del
mar.
9 Dijo el enemigo: los perseguiré y
los alcanzaré,
y me saciaré de sus despojos;
echaré mano de ellos y sacaré mi
espada...
10 Mandaste tu soplo y el mar los
cubrió,
y se hundieron como plomo en las
aguas majestuosas.
11 ¿Quién como Tú, Yavé, entre los
dioses?
¿Quién como Tú, glorioso y santo,
terrible en tus hazañas, autor de
maravillas?
12 Extendiste tu mano y se los tragó
la tierra.
13 Guiaste con amor al pueblo que
rescataste,
lo llevaste con poder a tu santa
morada.
14 Lo oyeron los pueblos y se
turbaron,
se asustaron los palestinos;
15 temblaron los jefes de Edom y los
generales de Moab,
se angustiaron la gente de Canaán.
Pavor y espanto cayó sobre ellos;
16 ante la fuerza de tu brazo que se
queden callados,
mudos como piedra, hasta que tu
pueblo, Yavé,
hasta que pase el pueblo que
compraste.
17 Tú lo llevarás y lo plantarás en
los cerros de tu herencia,
el lugar en que pusiste tu Morada,
oh, Yavé;
el Santuario del Señor, obra de sus
manos.
18 ¡Que Yavé reine eternamente!”
19 Los
carros y los caballos de Faraón habían entrado en el mar. Pero Yavé había hecho
volver sobre ellos las aguas del mar, mientras los israelitas pasaban en seco
por medio del mar.
20 Entonces
Miriam, la profetisa, hermana de Aarón, tomó en sus manos un instrumentod, un
pandero, y todas las mujeres la seguían con tímpanos, danzando en coro.
21 Y Miriam
les antaba: “Cantemos a Yavé, pues se cubrió de gloria arrojando en el mar al
caballo y su jinete.”
Marcha por
el desierto
n 22 Moisés hizo partir a los israelitas del Mar Rojo y fueron
al desierto del Sur. Allí anduvieron tres días por el desierto sin encontrar agua.
23 Llegaron
a Mará, pero no pudieron beber de sus
aguas porque eran amargas. Por esto se llamó aquel lugar Mará, esto es,
Amargura.
24 El pueblo
murmuró contra Moisés, diciendo: “¿Qué beberemos?” 25 Entonces Moisés invocó a
Yavé, el cual le mostró un madero, y cuando lo echó en las aguas, se
endulzaron.
Allí Yavé
dio al pueblo decretos y leyes y los puso a prueba. 26 Y le dijo: “Si de veras
escuchas la voz de Yavé, tu Dios, y haces lo que es justo a sus ojos, dando
oídos a sus mandatos y practicando sus normas, no descargaré sobre ti ninguna
plaga de las que he descagado sobre los egipcios; porque Yo soy Yavé que te doy
la salud.”
27 De allí
pasaron a Elim, donde había doce manantiales de agua y setenta palmeras. Allí
acamparon junto a las aguas.
+ El primer
cántico de Moisés es el grito de gozo agradecido. Es al mismo tiempo una
profesión de fe. Un salmo dice: “Feliz el pueblo que sabe aclamar.”
El pueblo liberado no tiene por qué gloriarse de estas victoria que fue la de
Dios y de Moisés, el hombre de fe. Solamente le corresponde dar gracias a Dios.
El
Apocalipsis recordará este cántico (Ap 15,31) cuando presente el canto de los
elegidos y de los mártires de Cristo, al verse salvados de su debiliad y
coronados de gloria.
Las
religiones antiguas (y también los hombres de hoy) tienen fiestas de acuerdo
con los ritmos de la naturaleza: fiesta de la luna, del verano, de la lluvia,
del nacimeinto. En cambio, en la Biblia todas las fiestas recuerdan las
maravillas que Dios operó para salvarnos: si bien alabamos a Dios por las
maravillas de la naturaleza, más lo reconocemos en los acontecimientos de la
historia. Agradecemos al Señor, antes que nada, por los acontecimientos grandes
y pequeños que muestran que su Reino viene a nosotros.
n Los israelitas dejaron definitivamente atrás la
civilización más brillante y más
agradable del mundo, con sus hortalizas, sus campos de riego y su prestigiosa
cultura. Quedándose allá habrían desaparecido como pueblo. Pero ahora Moisés
los hizo tomar el camino de la libertad. Como cualquier nación o clase social
que logra su independencia, tiene que hacerse responsables de su propio
destino. Moisés sabe que la libertad no es una continua diversión; es el
principio de un camino difícil y sacrificado. En este camino, sin embargo, se
manifiesta la Providencia de Dios, que permite andar confiado. Se producen
maravillas inesperadas, pero Dios no se preocupa de las comodidades de los
suyos ni multiplica sus milagros.
Los fugitivos
que se atrevieron a penetrar en los territorios desérticos del Sinaí tenían
motivos como para inquietarse: los amenazaban el hambre, la sed, los pobladores
del desierto. En las páginas que siguen, el autor describe gráficamente estos
peligros y recuerda ciertas intervenciones de la Providencia. Pero los relata
con alguna libertad, ajustando estas enseñanzas para sus contemporáneos,
siempre tentados por la vida fácil, ávidos de poseer, atraídos por las promesas
de países extranjeros que les habrían quitado su independencia.
Yo soy Yavé, que te doy la salud. Las enfermedades son una
manifestación del desgaste que produce en nosotros el pecado. Pero sería un
error considerar que las enfermedades de cada cual se deben a sus propios
pecados. Asimismo, las plagas naturales no se pueden atribuir sin más a
nuestros pecados, pero Dios sabe protegernos de ellas cuando así le conviene y,
a menudo, caen de improviso sobre los individuos y las naciones que pretenden
construir sin Dios.
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