4 Mientras pasaban por las ciudades, proclamaban con toda libertad al Señor Jesucristo y entregaban las decisiones recién tomadas por los apóstoles y presbíteros en Jerusalén, para que las observaran. 5 Las comunidades se fortalecían en la fe y crecían en número cada vez más.
6 Atravesaron Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo les había prohibido predicar la Palabra de Dios en Asia. 7 Estando cerca de Misia, intentaron dirigirse a Bitinia, pero no se lo consintió el Espíritu de Jesús. 8 Atravesaron, pues, Misia, y bajaron a Troás.
9 Allí, por la noche, Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie, suplicándole: “Pasa a Macedonia y ayúdanos.” 10 Al despertar, nos contó su visión y comprendimos que el Señor nos llamaba para evangelizar a Macedonia.
Pablo pasa a Europa
11 Nos embarcamos en Tróade y navegamos directo a la Isla de Samotracia; al día siguiente anclamos en Neápolis, 12 de allí pasamos a Filipos, que es una de las principales ciudades de la Macedonia y que tiene derechos de colonia romana. En esta ciudad nos detuvimos algunos días.
13 El sábado salimos a las afueras de la ciudad, junto al río, donde Pablo suponía que los judíos se reunían para orar. Nos sentamos y empezamos a hablar con las mujeres que ahí se reunían. 14 Entre ellas estaba una tal Lidia, vendedora de colorantes para la ropa, que era de la ciudad de Tiatira. Ella era de los “que temen a Dios”.
Mientras escuchaba, el Señor le abrió el corazón para que tomara en serio las palabras de Pablo. 15 Cuando ella y los de su familia recibieron el bautismo, suplicó: “Si me consideran fiel seguidora, vengan, y quédense en mi casa.” Y nos obligó a ir.
Pablo arrestado en Filipos
16 Sucedió que mientras íbamos al lugar de oración, salió a nuestro encuentro una muchacha que tenía poderes de adivina y que, sacando la suerte, traía buena plata a sus amos.
17 Seguía a Pablo y a nosotros, gritando: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo y les anuncian el camino de la salvación.” 18 La muchacha hizo esto durante algunos días, hasta que Pablo se cansó. Se dio vuelta y le dijo al espíritu: “Por el Nombre de Jesucristo, te mando que salgas de ella. Y en el mismo instante el espíritu salió.
19 Al ver sus amos que con ellos se esfumaban sus ganancias, tomaron a Pablo y a Silas y los arrastraron hasta el tribunal. 20 Los presentaron a los magistrados diciendo: “Estos hombres alborotan nuestra ciudad; 21 son judíos y predican costumbres que nosotros no podemos aceptar ni practicar, por ser romanos.” 22 La gente se fue contra ellos. Los inspectores les hicieron arrancar la ropa y mandaron azotarlos.
23 Después de haberles dado muchos golpes, los echaron a la cárcel y encargaron al carcelero que los vigilara con todo cuidado. 24 Este, al recibir la orden, los metió en el calabozo interior, y los amarró con cadenas por los pies al piso del calabozo.
Liberación milagrosa
25 Hacia la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban himnos a Dios. Los demás presos los escuchaban. 26 De repente, se produjo un temblor tan fuerte que hasta los cimientos de la cárcel se remecieron. Al momento se abrieron todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos los presos.
27 Despertó el carcelero y, al ver abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada para matarse, creyendo que los presos habían huido. 28 Pero Pablo le gritó: “No te hagas daño, puesto que todos estamos aquí.”
29 El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los pies de Pablo y Silas. 30 Los sacó fuera y les dijo: “Señores: ¿qué debo hacer para salvarme?” 31 Ellos le respondieron: “Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia.” 32 Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa.
33 Y en aquella misma hora, de noche, el carcelero los llevó consigo, les lavó las heridas, e inmediatamente s eh izo bautizar él con toda su familia. 34 Los invitó a su casa, les dio de comer y se alegró con los suyos por haber creído en Dios.
35 Al amanecer, los magistrados enviaron a los inspectores a decir al carcelero: “Deja en libertad a esos hombres.” 36 El carcelero, pues, lo comunicó a pablo en esta forma: “Los magistrados han mandado a decir que los deje en libertad; salgan, pues, y vayan en paz.”
37 Pero Pablo le contestó: “A nosotros, ciudadanos romanos, nos azotaron públicamente, nos metieron en la cárcel sin juzgarnos, ¿y ahora nos libran a escondidas? Eso no, que vengan ellos a sacarnos.”
38 Los inspectores dijeron esto a los magistrados, quienes se asustaron al ver que eran ciudadanos romanos. 39 Luego se dirigieron donde ellos para presentarles sus excusas y, puestos en libertad, les pidieron que abandonaran la ciudad. 40 Pablo y Silas, al salir de la cárcel, fueron a casa de Lidia, donde se encontraron con los hermanos. Y, después de darles ánimo, se fueron.
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