5 “¡Ay de mí, estoy perdido,
porque soy un hombre de labios impuros,
y que vivo entre un pueblo de labios impuros,
y mis ojos han visto al rey, Yavé de los Ejércitos!”
6 Entonces voló hacia mí uno de los serafines. Tenía un carbón encendido que
había tomado del altar con unas tenazas. 7 Tocó con él mi boca y dijo:
“Mira, esto ha tocado tus labios,
tu falta ha sido perdonada,
y tu pecado, borrado.”
8 Y oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”
y respondí: “Aquí me tienes, mándame a mí.”
9 El me dijo: “Ve y dile a este pueblo:
Pongan mucha atención, pero no entenderán,
miren bien, pero no distinguirán.
10 Trata de que se ponga pesado el corazón de este pueblo,
que se vuelvan sordos sus oídos
y que se les peguen sus ojos,
no sea que vean sus ojos;
oigan sus oídos,
comprenda su corazón,
y pueda convertirse y recuperar la salud.”
11 Yo dije: “¿Hasta cuándo, Señor?” Y él me respondió:
12 "Hasta que las ciudades queden destruidas y sin habitantes,
las casas desocupadas,
y la tierra abandonada;
hasta que Yavé haya expulsado a los hombres
y la soledad en el país sea grande.
13 Y si le quedara solamente la décima parte,
también habría de ser entregada al fuego,
como se quema el tronco del árbol cortado.
De su tronco, sin embargo, saldrá una raza santa.”
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