viernes, 24 de junio de 2011

MENSAJE DE CONSUELO

LA HORA DEL DIOS REDENTOR

Los capítulos que siguen se refieren a acontecimientos que permitieron a los judíos desterrados a Babilonia que volvieran a su país. Estos acontecimientos están relatados al final del segundo libro de una nueva liberación, de una repetición de lo ocurrido al comienzo de la historia sagrada cuando Dios sacó a su pueblo de Egipto. Sin embargo, esta vez cabe hablar de REDENCIÓN.


Porque la palabra Redención, que tiene sentido de rescate, nos dice más que todo que se salva a alguien, o a algún pueblo, que se había perdido a sí mismo.
El Dios Libertador había venido a buscar un pueblo que no lo conocía y que no se conocía a sí mismo; ni siquiera eran un pueblo estos hombres a los que sacó de Egipto. Dios era nuevo para ellos, y ellos eran nuevos para él. El Dios Redentor, en cambio, es el que se dirige a una nación arruinada y que echó a perder sus propias riquezas. Habla a un pueblo pecador que, después de conocerlo, lo desobedeció hasta perderse a sí mismo.

La palabra Redención, pues, expresa el amor superabundante de Dios, que se inclina personalmente hacia el hombre rebelde y descarriado, envejecido y enfermo por su propia culpa, y le restituye la salud, le comunica una esperanza y le enseña el significado de sus sufrimientos. En el centro del presente libro dedicado al Dios Redentor; estará el retrato del HOMBRE REDENTOR, CRISTO.
Así que, cuando los judíos volvieron a su tierra con una visión más clara de sus pecados, empezaron a mirar hacia los nuevos horizontes que les ofrecía el Dios que perdona. No solamente debían restaurar su país, sino que también se harían los agentes de la RECONCILIACIÓN UNIVERSAL, de los hombres con Dios, y de los hombres entre sí.

DATOS HISTÓRICOS

Los judíos desterrados a Babilonia, ilustrados por la enseñanza de Jeremías y Ezequiel, sabían que eran el resto a partir del cual Dios resucitaría al pueblo de Israel. Pero no podían sino esperar la hora de Dios.
Como se comprueba en todas partes de la Biblia, Dios manda profetas cuando suceden cosas importantes, los envía para aclarar los acontecimientos e indicar un camino. Para Israel desterrado “el” acontecimiento fue Ciro, rey de los Persas. En el año 549 se rebela contra los medos, a los que debía sumisión, cinco años después reúne a medos y persas bajo su autoridad; después de cinco años, conquista Lidia. En la competición por el primer puesto le queda un último partido: el enfrentamiento con Babilonia.
Apareció entonces entre los judíos que habían salido de su país un gran profeta de quien no se conoce el nombre: A medida que se agitaba el escenario político, Dios le revelaba la hora de la liberación; además se le anticipaba un hecho misterioso. Yavé ahora había perdonado a su pueblo y, cancelando las cuentas pasadas, anunciaba su venida próxima. Estas son las bases del feliz mensaje que fue puesto a continuación de las profecías de Isaías y que forman los capítulos 40-55 de llamado “Libro de Isaías”.

MENSAJE DE CONSUELO

Es un mensaje de Buena Nueva, lo que en griego se dice: Evangelio. El profeta proclama a sus compañeros este primer Evangelio, imagen del que vendrá después:
- Los invita a creer: Yavé no ha sido vencido en la ruina de su pueblo. El es el único Señor del universo y dirige los acontecimientos presentes.
- Los llama a esperar: ya deben prepararse para volver a Jerusalén y construirla nueva, pues allí la humanidad encontrará a Dios.
- No se cansa de expresarles el amor y la ternura de Yavé, semejants a los de una madre.

Entre las palabras de ese profeta, que forman los capítulos 40-55 del libro de Isaías, se destacan cuatro poemas referentes al Servidor de Yavé. De alguna manera, el Servidor de Yavé, instrumento de su salvación, no es otro que el Mesías. Pero, al designarlo así, el profeta nos abre una comprensión mucho más amplia de la obra salvadora: ésta se realiza mediante el sacrificio del Servidor que reconcilia a Israel con su Dios: 42,1-4; 49,1: 50,4;52,13.


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