lunes, 19 de marzo de 2012

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+ 15 1 Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron este cántico a Yavé:

“Cantaré a Yavé que se hizo famoso,
arrojando en el mar al caballo y su jinete.
2 ¡Yavé, mi fortaleza!, a El le cantaré
El fue mi salvación,
El es mi Dios y lo alabaré,
el Dios de mi padre, lo ensalzaré.

3 Yavé es un guerrero, Yavé es su nombre.
4 Precipitó en el mar los carros de Faraón y su ejército;
ahora los encierra el abismo,
hasta el fondo cayeron como piedra.

5 Has dado a conocer, Yavé, la fuerza de su brazo,
6 tu diestra, Yavé, aplasta al enemigo.
7 Por el poder de tu gloria derribas a tus adversarios,
tu furor los devora como el fuego a la paja.
8 Por el soplo de tu snarices retroceden las aguas,
y  las olas se paran como murallas;
los torbellinos cuajan en medio del mar.

9 Dijo el enemigo: los perseguiré y los alcanzaré,
y me saciaré de sus despojos;
echaré mano de ellos y sacaré mi espada...
10 Mandaste tu soplo y el mar los cubrió,
y se hundieron como plomo en las aguas majestuosas.
11 ¿Quién como Tú, Yavé, entre los dioses?
¿Quién como Tú, glorioso y santo,
terrible en tus hazañas, autor de maravillas?
12 Extendiste tu mano y se los tragó la tierra.

13 Guiaste con amor al pueblo que rescataste,
lo llevaste con poder a tu santa morada.
14 Lo oyeron los pueblos y se turbaron,
se asustaron los palestinos;
15 temblaron los jefes de Edom y los generales de Moab,
se angustiaron la gente de Canaán.

Pavor y espanto cayó sobre ellos;
16 ante la fuerza de tu brazo que se queden callados,
mudos como piedra, hasta que tu pueblo, Yavé,
hasta que pase el pueblo que compraste.
17 Tú lo llevarás y lo plantarás en los cerros de tu herencia,
el lugar en que pusiste tu Morada, oh, Yavé;
el Santuario del Señor, obra de sus manos.
18 ¡Que Yavé reine eternamente!”

19 Los carros y los caballos de Faraón habían entrado en el mar. Pero Yavé había hecho volver sobre ellos las aguas del mar, mientras los israelitas pasaban en seco por medio del mar.
20 Entonces Miriam, la profetisa, hermana de Aarón, tomó en sus manos un instrumentod, un pandero, y todas las mujeres la seguían con tímpanos, danzando en coro.
21 Y Miriam les antaba: “Cantemos a Yavé, pues se cubrió de gloria arrojando en el mar al caballo y su jinete.”

Marcha por el desierto

n 22 Moisés hizo partir a los israelitas del Mar Rojo y fueron al desierto del Sur. Allí anduvieron tres días por el desierto sin encontrar agua.
23 Llegaron a  Mará, pero no pudieron beber de sus aguas porque eran amargas. Por esto se llamó aquel lugar Mará, esto es, Amargura.
24 El pueblo murmuró contra Moisés, diciendo: “¿Qué beberemos?” 25 Entonces Moisés invocó a Yavé, el cual le mostró un madero, y cuando lo echó en las aguas, se endulzaron.
Allí Yavé dio al pueblo decretos y leyes y los puso a prueba. 26 Y le dijo: “Si de veras escuchas la voz de Yavé, tu Dios, y haces lo que es justo a sus ojos, dando oídos a sus mandatos y practicando sus normas, no descargaré sobre ti ninguna plaga de las que he descagado sobre los egipcios; porque Yo soy Yavé que te doy la salud.”
27 De allí pasaron a Elim, donde había doce manantiales de agua y setenta palmeras. Allí acamparon junto a las aguas.

+ El primer cántico de Moisés es el grito de gozo agradecido. Es al mismo tiempo una profesión de fe. Un salmo dice: “Feliz el pueblo que sabe aclamar.”
El pueblo liberado no tiene por qué gloriarse de estas victoria que fue la de Dios y de Moisés, el hombre de fe. Solamente le corresponde dar gracias a Dios.

El Apocalipsis recordará este cántico (Ap 15,31) cuando presente el canto de los elegidos y de los mártires de Cristo, al verse salvados de su debiliad y coronados de gloria.
Las religiones antiguas (y también los hombres de hoy) tienen fiestas de acuerdo con los ritmos de la naturaleza: fiesta de la luna, del verano, de la lluvia, del nacimeinto. En cambio, en la Biblia todas las fiestas recuerdan las maravillas que Dios operó para salvarnos: si bien alabamos a Dios por las maravillas de la naturaleza, más lo reconocemos en los acontecimientos de la historia. Agradecemos al Señor, antes que nada, por los acontecimientos grandes y pequeños que muestran que su Reino viene a nosotros.

n Los israelitas dejaron definitivamente atrás la civilización  más brillante y más agradable del mundo, con sus hortalizas, sus campos de riego y su prestigiosa cultura. Quedándose allá habrían desaparecido como pueblo. Pero ahora Moisés los hizo tomar el camino de la libertad. Como cualquier nación o clase social que logra su independencia, tiene que hacerse responsables de su propio destino. Moisés sabe que la libertad no es una continua diversión; es el principio de un camino difícil y sacrificado. En este camino, sin embargo, se manifiesta la Providencia de Dios, que permite andar confiado. Se producen maravillas inesperadas, pero Dios no se preocupa de las comodidades de los suyos ni multiplica sus milagros.
Los fugitivos que se atrevieron a penetrar en los territorios desérticos del Sinaí tenían motivos como para inquietarse: los amenazaban el hambre, la sed, los pobladores del desierto. En las páginas que siguen, el autor describe gráficamente estos peligros y recuerda ciertas intervenciones de la Providencia. Pero los relata con alguna libertad, ajustando estas enseñanzas para sus contemporáneos, siempre tentados por la vida fácil, ávidos de poseer, atraídos por las promesas de países extranjeros que les habrían quitado su independencia.
Yo soy Yavé, que te doy la salud. Las enfermedades son una manifestación del desgaste que produce en nosotros el pecado. Pero sería un error considerar que las enfermedades de cada cual se deben a sus propios pecados. Asimismo, las plagas naturales no se pueden atribuir sin más a nuestros pecados, pero Dios sabe protegernos de ellas cuando así le conviene y, a menudo, caen de improviso sobre los individuos y las naciones que pretenden construir sin Dios.

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