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8 1 En ese tiempo, dice Yavé, sacarán de sus tumbas los huesos de los reyes de Judá, y los de sus príncipes, y los de los sacerdotes, y los de los profetas, y los de los habitantes de Jerusalén, 2 Los expondrán al sol, a la luna y a todo el ejército del cielo, a quienes amaron y sirvieron, a quienes siguieron, consultaron, y adoraron. No serán recogidos para ser enterrados de nuevo, sino que quedarán como abono por el suelo.
3 La muerte valdrá más que la vida para los sobrevivientes de esta raza perversa, en cualquier parte donde los haya echado, dice Yavé de los ejércitos.
Amenazas, lamentaciones, avisos.
Extravíos de Israel
4 Les dirás: Así dice Yavé: ¿Acaso el que cae no puede levantarse, y el que se pierde de camino, no puede volver atrás? 5 Pues, ¿por qué este pueblo sigue en su rebeldía, sin querer ceder?, se aferran fuertemente a la mentira y se niegan a convertirse.
6 Me he puesto a escuchar atentamente; no hablan como se debe, nadie llora su maldad, diciendo: ¿”Qué es lo que he hecho?” Todos prosiguen su propia carrera como caballo que se lanza a la carga.
7 Hasta la cigüeña, en el cielo, conoce su estación, la tórtola, la golondrina y la grulla saben la época de sus migraciones. ¡Pero mi pueblo ignora el derecho de Yavé!”
8 ¿Cómo pueden ustedes decir: “Somos sabios y poseemos la Ley de Yavé? Cuando es bien cierto que la ha cambiado en mentira la pluma mentirosa de los escribientes.
9 Los sabios pasarán vergüenza, serán confundidos y caerán en la trampa. Como despreciaron la palabra de Yavé; ¿qué les queda ahora como sabiduría?
10 Así que yo daré a sus mujeres a otros, sus campos a nuevos propietarios. Pues desde el más chico hasta el más grande, andan todos buscando su propio provecho; y desde el profeta hasta el sacerdote todos se dedican a engañar.
11 Curan sólo por encima la herida de la hija de mi pueblo, diciendo: “¡Paz, paz!” , siendo que no hay paz.
12 Deberían avergonzarse de sus actos abominables, pero ya no conocen la vergüenza ni se ponen rojos. Por eso, caerán junto con los demás, y tropezarán cuando los viste, dice Yavé.
13 Yo acabaré con ellos, dice Yavé,
porque la parra no tiene racimos
ni la higuera, higos,
y aún las hojas están secas.
Por eso los entregaré en manos del que pase.
14 ¿Por qué nos quedamos parados?
Juntémonos,
entremos en nuestras c iudades fortificadas para morir allí.
Pues Yavé, nuestro Dios, nos entrega a la muerte
y nos da para tomar agua envenenada,
porque hemos pecado contra él.
15 Esperábamos la paz,
y ninguna cosa buena ha llegado,
el tiempo de la curación,
y se presenta el miedo.
16 Desde Dan se siente el resuello de su caballos:
Al relincho sonoro de sus corceles,
toda la tierra tiembla.
Vienen a comerse el país y sus bienes,
la ciudad y sus habitantes.
17 Voy a mandarles a ustedes
serpientes venenosas,
contra los que no exista encantamiento;
que los morderán, dice Yavé,
sin remedio.
18 El dolor se apodera de mí, el corazón me está fallando. 19 El grito de angustia de la hija de mi pueblo se siente a lo largo de todo el país: “¿Ya no está “¿Por qué me han irritado con sus ídolos, con esas cosas extranjeras, que nada són?”
20 Pasó la siega, y se acabó el verano,
pero nosotros no hemos sido salvados.
21 Me desgarra la pena de la hija de mi pueblo,
me siento abatido y espantado.
22 ¿No hay acaso, bálsamo en Galaad
ni queda allí ningún médico?
¿Cómo es, pues, que no mejora
la salud de la hija de mi pueblo?
23 ¿Quién pudiera cambiar mi cabeza en una vertiente y que de mis ojos brotara un arroyo de lágrimas, para así llorar, día y noche, los muertos de la hija de mi pueblo?
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