Llegó a Roma, capital del mundo entonces conocido. Ahí permaneció durante dos años por los menos y se encontró con Pedro y Marcos, que predicaban entre los cristianos de Roma.
Cuando escribió su Evangelio, como en el año 70, tenía a la vista varios escritos, que contenían hechos y milagros de Jesús, los mismos que usaron Marcos y Mateo, pero también había recogido en sus viajes otros relatos que provenían de los primeros discípulos de Jesús y que guardaban las iglesias más antiguas de Jerusalén y de Cesarea.
De ahí provienen esos dos primeros capítulos de su Evangelio que nos hablan de la infancia de Jesús, a partir de datos que debió de proporcionar su madre, María.
Lucas era de cultura griega y escribía para griegos. No reprodujo varios datos de Marcos, que se referían a leyes y costumbres judías, poco entendibles para sus lectores.
Lucas veía en el Evangelio la fuerza que reconcilia a los hombres con Dios y a los hombres entre sí. Por eso se preocupó por transmitirnos las parábolas de la misericordia y las palabras que condenan el dinero, factor de división entre los hombres. Asimismo, notó el trato tan sencillo de Jesús con las mujeres, que el mundo mantenía totalmente marginadas.